Sinopsis: Publicada en 1924, La hija del Rey del País de los Elfos, nos narra la inolvidable historia de amor entre la princesa de los elfos, Lirazel, y el futuro rey de los hombres de Erl, Álveric, un amor que debe cruzar los abismos del tiempo, de la mortalidad y la inmortalidad. Escrita con ese estilo poético y evocador propio de Lord Dunsany, la novela ofrece al lector espadas mágicas creadas a partir de meteoritos, la caza de unicornios que cruzan la frontera entre los mundos, búsquedas de lo maravilloso por infinitas tierras baldías. Una de las obras maestras del género fantástico, cuyo autor ha tenido gran influencia en Tolkien o Lovecraft.
Me tuve que tomar un par de semanas para ordenar todas las ideas de esta reseña al derecho y al revés, para saber por dónde quería abordar este libro. Desde que empecé a leerlos pensé "esté es un libro sobre el que quiero conversar" y qué mejor manera de conversar escribiendo. Me gusta mucho pensar la escritura y la lectura por medio de este blog y es por eso que más que nada me dedico a los libros (aunque, dato curioso, no considero que mi blog sea "literario" sino más bien mi espacio personal en el internet, un lugar que yo puedo controlar al completo y que en sí mismo no tiene ningún algoritmo extraño de visibilidad, aunque exteriormente sí dependa de él). Desde las primeras páginas de La hija del rey del País de los Elfos supe que quería hablar de él.
Pero primero, un poco de contexto. Este libro era uno de mis grandes pendientes desde hacía tiempo (estoy poniéndome a cuenta con muchos clásicos de la literatura de fantasía que me hacen falta) y la oportunidad de leerlo surgió porque estoy tomando un curso sobre el tema (con Paula, @aboloria) donde la lectura de una sesión fueron justamente estractos de esta obra y, como no era muy larga, ahí fui yo a leerlo íntegro. Subrayé medio libro, hice varias anotaciones en el kindle, anoté algunas cosas en la libreta de las reseñas y me dediqué a darle vueltas unos días (debo decir que últimamente me resulta impresionante cuando las personas reseñan un libro que acaban de leer, me pasa incluso con mi yo del pasado, que llegó a hacerlo con lecturas impresionantes, a mí me puede tomar desde semanas hasta meses enteros, por eso no hay colaboraciones de reseñas en mi blog) que se convirtieron en semanas hasta que supe más o menos de que quería hablar.
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Lord Dunsany
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Lord Dunsany, cuyo nombre completo y título eran Edward John Moreton Drax Plunkett, XVIII Barón de Dunsany, fue un escritor y dramaturgo anglo-irladés nacido en el seno de una familia noble irlandesa. La hija del rey del País de los Elfos es considerada una de las primeras obras de la fantasía moderna y sin duda influyo más tarde en muchos escritores del género. Recoge elementos de los cuentos de hadas (que a mí, ya saben, me gusta mucho) y narra la historia de Alveric, un príncipe del valle de Erl y Lizarel, la hija del rey del País de los Elfos y, por consiguiente, de todo el valle.
Alveric es enviado al País de los Elfos para casarse con Lizarel puesto que los pobladores de Erl ansían un gobernante que posea magia. De esa decisión surgen todos los acontecimientos del libro en donde Alveric acaba por enfrascarse en una búsqueda desesperada por el País de los Elfos (ese otro mundo fantástico) y, por supuesto, la magia llega hasta el valle de Erl.
El País de los Elfos y Lirazel
Hay una advertencia curiosa, escrita por Lord Dunsany, al principio del libro que me llamó la atención. Se las voy a poner aquí:
Espero que la alusión a un país extraño contenido en el título de este libro no aleje al lector; porque si bien en algunos capítulos por cierto se refieren al País de los Elfos, en la mayor parte de ellos no se muestra sino la faz de los campos que conocemos, de los bosques ordinarios de Inglaterra, de un valle y una aldea corrientes, situados a unas buenas vente o veinticinco millas de la linde del País de los Elfos.
El País de los Elfos. Ese otro mundo, otro plano, lugar desconocido. En el arte muchas veces se ha explorado, intentando describirlo, construirlo, ir poniendo poco a poco un granito de arena para configurar nuestra propia versión de él. También Faërie (o Fairy), un término con el cual se denomina a la tierra de las hadas o los seres feéricos (me gusta mucho esta palabra y la primera vez que la leí, cuando niña, recuerdo que se la leí a Laura Gallego, sólo no sé en qué libro) en la literatura de fantasía. Verónica Murguía, por ejemplo, lo recupera como Broncelandia en El fuego verde, en un cuento Tolkien se refiere a ese otro mundo como el País de Fantasía. Un reino peligroso, indómito en sí mismo, alejado de lo humano.
Quizá hablar de hadas, duendes y elfos nos remita mucho más a un folclore no sólo más Europeo, sino incluso más propio de Gran Bretaña, Irlanda, países con mucha cultura germánica (aunque no hay que olvidar los trasgos españoles), pero lo cierto es que mucho de ese folclore no es muy diferente a los duendes mexicanos (tenemos mucho legado novohispano, 300 años de colonia dejaron curiosas mezclas en el folclore), los aluxes mayas y a muchas muchas otras criaturas de las que se habla en el mundo. Los británicos e irlandeses han rescatado mucho ese folclore, es cierto y es por eso que tenemos tantas historias en todo el mundo que se inspiran en él (un día hablamos de las razones por las cuales parecería que la fantasía en español quedó más relegada y atrasada, tanto desde España y Latinoamerica, Silvia Plato aborda muy bien el tema en Una breve historia de la fantasía; pero ese es otro tema y es para otra ocasión).
Estabamos en la advertencia de Lord Dunsany a lo desconocido, un reino peligroso quizá precisamente por eso. A mí los campos ingleses y el País de lo Elfos me resultan parecidos cuando me los construyen en el lenguaje, porque no he visto con mis ojos ninguno de los dos. La única ventaja en mi vida de los primeros sobre el segundo es que hay fotografías, videos y tomas áereas. ¿Cómo construye uno un mundo nuevo tan solo a través del lenguaje? ¿Cómo se describe algo tan fuera de nuestra realidad? ¿En dónde ponemos el foco, cómo usamos las palabras?
Lord Dunsany es un excelente estilista y creo que una de las cosas más impresionantes de este libro es como construye imágenes enteras, tan sólo desde el lenguaje para que podamos imaginar ese otro mundo, a unas veinte o veinticinco millas de los campos ingleses de toda la vida. Describe aludiendo a lo que conocemos o podemos visualizar fácilmente para dejarnos con imágenes que de otro modo quizá serían imposibles.
Saben, pues, que en el País de los Elfos hay colores más profundos que en nuestros campos, y que el aire mismo resplandece con una luminosidad tan profunda, que todo lo que se ve allí tiene algo del aspecto de nuestros árboles y nuestras flores cuando en junio se reflejan en el agua. Y el color del País de los Ego, que desespero pintar, puede sin embargo pintarse, porque ahí hay sugerencias que lo evocan; el azul profundo de la noche en verano cuando el crepúsculo vespertino acaba de partir, el pálido azul de Venus al inundar la tarde avanzada con su luz, la profundidad de los lagos al atarecer sugieren todos ese color.
Una de las partes más hermosas de todo el libro es cuando Alveric se interna en él y se encuentra precisamente con Lirazel, princesa, que, acostumbrada a las maravillas de ese lugar que habita, voltea hacia el mundo humano con una curiosidad parecida a la de Alveric por aquello que le resulta desconocido. Incluso cuando la historia vuelve a trasladarse a Erl, Lirazel lleva consigo lo extraño y diferente del País de los Elfos consigo, incapaz de acostumbrarse a las costumbres humanas, cargando por siempre con ese halo que la vuelve diferente (y qué tremendo personaje es Lirazel, y qué diferente es su forma de amar y de relacionarse con el mundo conocido, me gusta que se reconozca eso en los seres feéricos: no son humanos buenos ni malos, sino que responden a otra naturaleza completamente diferente).
Hoy hay quien se atreve a decir, como descubriendo un hilo negro que siempre estuvo a la vista, que no todas las hadas son buenas o que no todos los elfos son bondadosos o que las criaturas feéricas no son sólo las versiones más bondadosas y buenas que nos ha regalado la cultura popular, cuando el folclore y los cuentos de hadas nos han repetido que las criaturas feéricas son ajenas a lo humano. Lirazel es un excelente ejemplo de ello. Allí cuando Dunsany posa sobre ella su pluma, se nota ese ser ajeno a lo que la rodea. Tiene curiosidad por el mundo humano, amor, quizá a su manera, pero siempre diferente (por cierto, este tema lo trata excepcionalmente bien Ana María Matute en Olvidado Rey Gudú, por si tienen interés). Es un excelente personaje en la historia al que quizá no podamos entender del todo. Pero esa es la cosa con aquellas criaturas del País de los Elfos: nunca terminaremos por entenderlas del todo.
¿No había llegado por fin un amante a esos plados que resplandecían junto al palacio del que sólo puede hablarse en un canto y la había rescatado de su hado solitario y de la serenidad perpetua? ¿No bastaba que hubiera llegado? ¿Tenía por fuerza que comprender las cosas raras que la gente hacía? ¿Jamás podría bailar en el camino, conversar con las cabras, reír en los funerales, cantar en la noche? ¿De qué servía la alegría si era preciso ocultarla? ¿El regocijo debía ceder a la opacidad de estos extraños campos a dónde había llegado?
Y eso pasa también con la magia. ¿Realmente la entendemos?
Ziroonderel y la magia
Hace tiempo escribí una historia donde hablaba de un reino antiguo había intentando controlar la magia, en vez de aprender su lenguaje. En un sentido de domarla. Por ahí anda la idea, que surgió justamente de la idea que, en las historias, la magia siempre es más grande que uno, no es algo que pueda controlarse, nadie puede ser dueño de ella sin pagar un precio. Hace posible muchas cosas que de otro modo no ocurrirían, pero suele tener sus reglas (incluso cuando son tan pocas que hasta parece que carece de ellas). También es muy común en la cultura popular encontrar esa frase que, dicha de muchos modos distintos, es en resumen: la magia siempre viene con un precio. Hacer tratos con las hadas no es gratis, se dice, y a veces incluso no vale la pena porque lo que se llevan es mucho mayor a aquello que dejan atrás.
Por todas esas ideas, que se alcanzan a ver a lo lejos, en el subtexto de la obra, es que me gusta mucho la bruja del valle, Ziroonderel, que originalmente ayuda a Alveric en la búsqueda y más tarde se convierte en la nana de Orion, su hijo (pues quién mejor para un niño mágico que una bruja). Creo que tiene además una de las mejores intervenciones, ya no solo del libro, sino de toda la literatura de fantasía en lo que respecta a entender cómo suele funcionar la magia cuando los habitantes de Erl descubren que la magia que tantos años atrás habían pedido era demasiada (cantidad, número, intensidad o grado mayor del necesario, del que se esperaba o del que se considera conveniente).
—Madre bruja —dijo Narl—, estamos aquí para rogarle que nos dé un buen hechizo que sirva de encantamiento contra la magia para que cese en el valle, pues nos ha llegado en exceso.
—¿Con exceso? —exclamó ella— ¡Magia en exceso! Como si la magia no fuera la sal y la esencia de la vida, su ornamento y su esplendor. Por mi escoba —dijo—, no os daré hechizos contra la magia.
[...]
—Oh, Madre Bruja —dijo [Narl]— ¿no nos dará un hechizo que proteja nuestras casas de la magia?
—¡Ningún hechizo, por cierto! —dijo sibilante— ¡Ninguno en absoluto! ¡Por la escoba y las estrellas y la cabalgata nocturna! ¿Le quitaríais a la Tierra la heredad que recibió de tiempos de antaño? ¿La despojaríais de su tesoro para dejarla desnuda y expuesta a la burla de los otros planetas? Pobres por cierto seríamos privados de la magia que hemos almacenado para envidia de la oscuridad y del Espacio. [...] Antes os daría —dijo— un hechizo contra el agua para que todo el mundo pereciera de sed, que un hechizo contra la canción de las corrientes que la tarde oye débilmente en lo alto de una colina, demasiado ligera para oídos despiertos, una canción que se filtra en los sueños y nos entera de las viejas guerras y los amores perdidos de los Espíritus de los ríos. [...]
»Idos de aquí. A vuestra aldea, idos. Y vosotros que quisiteis la magia en vuestra juventud y no la queréis ahora en vuestra vejez, sabed que hay una ceguera del espíritu que llega con la edad, más negra que la ceguera de los ojos, que tiende una oscuridad en torno a través de la cual nada puede verse, ni sentirse, ni conocerse. [...]
Hubo que recortar mucho el fragmento para que no fuera una cita eterna y aún así mantuviera completo el espíritu de todo el personaje de Ziroonderel, la bruja del valle. Si me conocen y me han leído saben que es común que mi corazón siempre se fije en las mujeres de los libros y sobre todo de la fantasía. Lord Dunsany escribe de ellas (Lirazel y Ziroonderel) con una sensibilidad que no suelo encontrar en muchos escritores (hombres) de fantasía de hoy en día (e incluso de antaño). Esa sabiduría que se atisba en Ziroonderel en esos diálogos me maravillo tremendamente. Al principio apenas sugerida y luego tan obvia que no puedes no mirarla. Soy muy parcial en mi opinión sobre ella, pero si personaje me pareció impresionante, probablemente mi favorito en todo el libro (y eso que hay personajes súmamente interesantes en todo el libro: el trasgo, Orión, Alveric, los locos).
Pero si tuviera qué elegir un fragmento, tan sólo uno, para decirles que leyeran el libro, elegiría ese allá arriba de Ziroonderel, porque en él también se esconden mis sentimientos (y es raro que un escritor los pueda encapsular tan bien en unas cuantas palabras de todas las que hay en el mundo): la magia es mucho más que uno, no puede controlarse y a veces tan sólo podemos explicarla de la manera que Ziroonderel lo hace, a través de lo que conocemos.
La búsqueda del Reino Peligroso, el País de los Elfos (conclusión)
Gran parte de libro se va en una búsqueda desesperada de Alveric hacia el País de los Elfos: ese mundo en el que estuvo una vez y al que no es capaz de volver ahora. En este apartado mucho más pequeñito que el resto, para no hacer la reseña interminable y por fin cerrar los temas pendientes, quiero decir que un detalle que me parece muy revelador sobre por qué buscamos e insistimos en buscar fantasía, es un momento en el que Alveric une a un grupo de hombres dispuestos a buscar el País de los Elfos: son todos locos, los que no encajan, los rechazados, los que están siempre en los márgenes. Y en la búsqueda apunta al más loco de todos como el jefe, porque sólo así una búsqueda que poco tiene de cuerda tendría realmente sentido.
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The Runes of Elfland, Brian Froud
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Así es un poco buscar fantasía escribiendo. Quizá ahora parezca popular, pero en muchos círculos sigue sin serlo. Escribir fantasía es buscar aquello que no estamos seguros de que exista tan sólo con las palabras. Buscarlo en aquello que leemos y atisbar esos puentes y portales que muchos otros ya tendieron antes de nosotros (razón por la que ando poniéndome al corriente con libros pendientes dentro del género mientras escribo).
¿Les recomiendo La hija del rey del País de los Elfos? Sí, especialmente si la fantasía es lo suyo. Y si no, quizá encuentren cosas interesantes en el libro si les llama la atención ese tipo de prosa que es hermosa y poética. En México el libro está editado recientemente por Perla Ediciones (que no es la traducción que yo usé en los fragmentos, pero me gustaría tener ese libro en mis manos en algún momento para hacer las debidas comparaciones), por si es que les llama la atención lo suficiente como para hacerse con una copia. Ya llegamos hasta aquí, así que muchas gracias por leerme y no abandonar a la mitad la reseña. A veces así es la búsqueda del País de los Elfos: llena de palabras para poder explicar lo que sentimos.