"Pe... pero... ¡¿YA LO ACABASTE?!"
― Mi papá, dos días después de comprarlo.
Sinopsis: Ella tenía quince años. Él también. Y se amaban (ejem) con locura... Pero el destino a veces es cruel. Y la fortuna hace de las suyas. Ahora, muchos años después, la suerte les ha puesto los ojos encima. Casa, vestido y sustento no importan. Ni distancia alguna que los separe. No hace falta salud ni dinero. Encontrarla es lo único que importa.
Yo decidí que iba a leer este libro y otros cuantos de Malpica un buen día y decidí pregonarlo por toda mi casa, mi vida, internet, mi colonia. Hasta que me cansé porque la FIL Minería todavía quedaba muy lejos y yo no iba a comprar libros hasta entonces. Supuse que todo el mundo sabría para entonces que yo quería algún libro de Antonio Malpica. Pero no. Mi papá oyó en el radio una entrevista con Malpica donde hablaba de este libro y le llamó la atención que los protagonistas perdieran su tiempo en Plaza Satélite, que los novios adolescentes se citaran en la oficina de correos que estaba enfrente de Plaza Satélite y que muchos de los circuitos salieran mencionados. Y lo compró. Bueno, quizá todavía no entiendan por qué, pero se los explico: mi papá ha vivido más de la mitad de su vida a cinco minutos de Plaza Satélite. Pensaba darle el libro a mi hermana, pero yo lo encontré, lo abrí y antes de que se diera cuenta ya había decidido yo que: 1) el libro iba a ser mío y 2) el libro estaba muy bueno.
Había leído libros ambientados en el D.F., pero nunca, nunca jamás, un libro en el que Ciudad Satélite tuviera tanta importancia. Ciudad Satélite, un lugar parecido a un fraccionamiento para gente que se creía rica de los años setenta y ochenta, sin semáforos (pero con muchos topes), con circuitos en vez de avenidas, hoy con el tráfico cada vez más inaguantable, y cada día más gente. El Pollo, Molina y Simón, amigos de toda la vida, tienen algo en común: su adolescencia transcurrió en Ciudad Satélite, en la misma secundaria, que por cierto, es la misma a la que fueron mis hermanos (yo no, yo fui a acabar a una secundaria laica más persignada que la más católica de las escuelas, donde todos los maestros se iban por problemas con la dirección, toda una lástima). Allí fue donde Simón conoció a su primer amor, Majo Tuck García, la popotitos, flaca, flaca (busquen la canción: Popotitos, Los teen tops), más rara que nada, convencida de que Simón era el amor de su vida y se iba a casar con él. Según yo, el amor de los quince es más dramático que la telenovela de la lisiada, más estúpido que nada, lleno de absolutos (nuncas, jamáses, siempres) que nadie cumple y más cortavenas que el libro más deprimente que hayan leído.
Lo sé, yo soy toda una optimista. Así que esa historia se trata de ese primer amor. O de la masturbación mental que ese amor supone treinta (o menos) años después, ya en los cuarenta, con decepciones amorosas a tutiplén, divorcios, hijos, carreras truncadas y sueños deshechos y vueltos a hacer y adaptados a decepciones anteriores. Así se encuentra Simon cuando su pareja actual, Judith, le pone los cuernos en su propia casa y decide que ya está bien, que nadie puede tener tan mala suerte en la vida y que se va a suicidar. Pero antes de que logre llevar a cabo su cometido, ocurren dos cosas y una de ellas es que decide lanzarse en la búsqueda de una de las tres personas en el mundo que no tienen ni twitter, ni facebook, ni ninguna red social conocida y que parece que no han tenido conexión a internet en su vida: su ex novia de la secundaria, Majo Tuck García, a la que recuerda como si hubiera visto ayer y está convencido que es su amor para toda la vida porque ella fue la única con la que no cagó las cosas.
David Tennant, nunca me falla |
Así que así parte el libro: una búsqueda de telenovela, pero sin las tonterías habituales de una, una narración hecha por El Pollo que volvería loco a cualquier maestro de literatura, porque salta de un narrador a otro como le da la gana y lo encuentra conveniente. Este tipo de recursos suelen ser inteligentes bien usados, con una justificación decente, no sólo porque "me dio la gana" y este libro es uno de esos que sabe hacer eso de ese tipo de narración. El lenguaje es simple... bueno, supongo que es simpre si eres mexicano y conoces todas las groserías posibles que se dicen en el DF, por lo menos. Si no, te recomiendo que te busques a tu amigo mexicano más cercano y lo interrogues sobre cuanta palabra rara se te cruce.
Los personajes son creíbles dentro de su entorno y situación, por supuesto. Pero como he conocido gente más extraña, no los cuestioné mucho. Un psicólogo infantil que en realidad quería dedicarse a dibujar comics toda su vida, pero lo único que ha conseguido es tener seis carpetas llenas de dibujos de Juventina, que describe como una Mafalda mexicana mil veces más ácida (o un millón). El Pollo que quería ser una estrella de música country... y lo único que ha logrado es tocar en las bodas... mientras llegan los novios al salón. Y Molina, el que completa el trío, que es ejecutivo bancario porque a su novio le gustan los ejecutivos bancarios, no porque le encante el trabajo. Lo sé, panorama desolador. Los personajes tienen sus objetivos, consientes, inconscientes, sus incongruencias de seres humanos y es muy fácil empatizar con ellos aunque sus desgracias no se parezcan en nada a tu vida. (En primera porque, primero, no conozco mucha gente con tantos problemas para encontrar a su novia de hace mil años y, por supuesto, tampoco con muchas ganas).
En resumen, aunque este libro da muchas vueltas sobre el amor y el núcleo es precisamente la búsqueda de un amor perdido, poco hay de romántico en todo el asunto. Las conversaciones de Simon y Majo a los quince años no dejan de ser perturbadoras, pero con un dejo de romance, principalmente por la insistencia de Majo en asegurarse que Simon es el hombre perfecto para ella y el recuerdo que guarda Simón de su ex parece empañado por sus ilusiones, más que una representación de la realidad. Y el personaje lo admite. La novela es divertida, a pesar de las desventuras de los protagonistas y todas las vueltas que da la historia antes de llegar a su final. Parece que hubieran puesto a Xavier Velasco a escribir la historia que pretendía contar Mónica Beltrán Brozón en Historia de un corazón... y tal vez un par de colmillos. O al menos el estilo, la narración y los personajes me recordaban a los de Brozón mezclados con la Violetta de Velasco.
Los secundarios siempre tienen su papel y, una de las curiosidades del libro es que El Pollo, en ese papel de narrador omnisciente que se adjudica al principio del libro, intenta ser lo más objetivo con todos sus personajes, pero de alguna manera acaba siempre dejando escapar un pequeño pedacito de su parcialidad y sus pensamientos. El tratamiento que le da a Rosa, su ex mujer, es uno de ellos. Parece que, aunque nuestro narrador en tercera persona no la odia, sí que se siente irritado por su presencia y deja que algo de eso se le acabe escapando. Para mí es un increíble detalle porque nos recuerda que nuestro narrador es un narrador en quien no podemos confiar demasiado para hacer juicios de valor objetivos y que es uno de los personajes del libro. Me recuerda un poco a La Peste de Camus y como estoy segura de que alguien me vendrá a tirar una piedra por atreverme a comparar al genio de Camus con cualquier cosa, remarco lo de "un poco".
Los giros de la novela son inteligentes y realmente en los plot twists no sentimos que Antonio Malpica nos haya tratado como lectores imbéciles. No diría yo que son los mejores plot twists del mundo, pero al menos no son de esos que, como en algunos otros libros, me hacen desear lanzar el libro por la ventana y mucho menos parecen escritos por un guionista de Televisa. Malpica hace y deshace con sus personajes hasta que nosotros ya sólo deseamos que por favor les vaya bien. Que se ven como buena gente, a pesar de lo malhablados y de todas las locuras que hacen por buscar a alguien. Antonio Malpica me convenció, literalmente, que sus personajes se merecían algo bueno en la vida no por ser buenos, simplemente por ser humanos.
Las ilustraciones, magníficas todas ellas, son de Bernardo Fernández, BEF, y aparecen en forma de tira cómica cada ciertas páginas, siempre hablando del mismo tema o problema al que se están enfrentando los personajes. Es cierto que yo hubiera preferido que estuvieran entre capítulo y capítulo, porque a veces me cortaban la lectura en medio del párrafo, pero me gustaron muchísimo. Sí daba la sensación de que, como dicen en el libro, Juventina era una especie de Mafalda mucho más sarcástica que la original, pero con su propio toque.
Tennant no falla |
Los giros de la novela son inteligentes y realmente en los plot twists no sentimos que Antonio Malpica nos haya tratado como lectores imbéciles. No diría yo que son los mejores plot twists del mundo, pero al menos no son de esos que, como en algunos otros libros, me hacen desear lanzar el libro por la ventana y mucho menos parecen escritos por un guionista de Televisa. Malpica hace y deshace con sus personajes hasta que nosotros ya sólo deseamos que por favor les vaya bien. Que se ven como buena gente, a pesar de lo malhablados y de todas las locuras que hacen por buscar a alguien. Antonio Malpica me convenció, literalmente, que sus personajes se merecían algo bueno en la vida no por ser buenos, simplemente por ser humanos.
Las ilustraciones, magníficas todas ellas, son de Bernardo Fernández, BEF, y aparecen en forma de tira cómica cada ciertas páginas, siempre hablando del mismo tema o problema al que se están enfrentando los personajes. Es cierto que yo hubiera preferido que estuvieran entre capítulo y capítulo, porque a veces me cortaban la lectura en medio del párrafo, pero me gustaron muchísimo. Sí daba la sensación de que, como dicen en el libro, Juventina era una especie de Mafalda mucho más sarcástica que la original, pero con su propio toque.
Les recomiendo el libro, no se van a arrepentir (eso espero).