No existe
Antes de que se me abalancen, voy a decir mis razones para creer eso, porque no soy lingüista, ni mucho menos. Saber de lengua, de gramática y ortografía es sólo el resultado de leer, y leer mucho, los manuales de la RAE, lo que otras personas que sí saben escriben. Esto es para que quede claro que hablo quizá desde la ignorancia, pero también desde la experiencia (porque escribo y convivo con más gente que quiere escribir, aunque en pocos casos logro conectar con muchos de ellos).
La idea de que el español neutro no es más que un mito viene rondando desde que Sofía Olguín (escritora argentina, editora de Bajo el Arcoiris) publicó una entrada hace mucho tiempo: ¿Dialectofobia? Ahí hablaba de los cambios de la RAE que siguen dando, cinco años después, de qué hablar. Cito, tal cual, el párrafo que me hizo pensar muchas de estas cosas a las que le sigo dando vueltas, cinco años después:
Sepamos comprender la riqueza de las distintas variedades del español, no dejemos un libro de lado porque tiene palabras que no comprendemos, sepamos que el español neutro de la mayoría de las novelas traducidas es eso mismo: neutro. Es un dialecto inofensivo, que no tiene carga ideológica. Es un dialecto que no existe porque nadie lo habla. Es un dialecto pobre, más que pobre: paupérrimo. Pero sirve para lo que sirve, por supuesto. Es necesario. Pero no lo valoremos más de lo que se merece.
E incluso, al reparar en muchas novelas traducidas en supuesto español neutro me encuentro con algunas palabras como... bragas, coño, güay, moños refiriéndose a chongos, móvil, ordenador... Para mí eso no es español neutro. Son palabras que no conozco y que la primera vez que las vi, siendo niña (en especial con ordenador) tuve que ir a preguntarle a mi madre. Siempre que me piden que escriba en español neutro evito hacer comentarios, pero no me gusta. Recuerdo que alguna vez me comentaron que debería escribir de vosotros y no de ustedes.
Cuando escribo algo ambientado en otro país evito expresiones puramente mexicanas, como pendejo, wey, madrear, madriza, pero nunca uso palabras que yo no use. En mis historias hay celulares y no móviles, hay computadoras y no ordenadores. En mis cuentos ambientados en México está repasado todo el chingonario y todas las groserías, todas las expresiones con madre que hay. No lo voy a dejar de hacer porque unos cuantos se sientan incómodos. Quiero que mis cuentos reflejen algo real, algo que existe, quiero que mis personajes, sobre todo con los que comparto nacionalidad, hablen como yo, como la gente de mi ciudad. No quiero personajes hablando un dialecto que nadie habla, porque no existe.
No quiero nazis de la lengua, porque la lengua cambia, y lo que hoy se consideran palabras bien escritas y hasta cultas, hace mucho fueron vulgarismos. Si vieran, hace quinientos años, como escribimos ahora, se llevarían las manos a la cabeza igual que hacen algunas personas con los cambios a la RAE. La lengua cambia, avanza, evoluciona y quizá algo que ahora vemos como un error deje de serlo el siglo que viene. Las lenguas que no cambian son lenguas muertas, porque ya nadie las usa para comunicarse.
Déjense de pendejadas con el español, con la RAE, y con los vulgarismos. Si quieren escribir, escriban y desmenucen las palabras, jueguen con ellas y creen otras nuevas (como dice Sofía en Peligro: fascistas de la lengua sueltos), hagan a sus personajes hablar como lo harían ustedes, porque sólo así serán reales; si quieren leer, lean, disfruten, pero jamás desvaloricen un libro por estar escrito en español mexicano o español argentino. Pero si quieren decir cosas sobre los cambios que hace la RAE, no los hagan a la ligera, porque pueden equivocarse (como por ejemplo, con la tilde de sólo, que sigue siendo obligatoria en caso de ambigüedad). Amen su idioma, háblenlo, pero no pretendan que no cambie nunca.