Divagaciones de una Poulain
by Nea Poulain
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jueves, 12 de octubre de 2017

Malintzin, malinchismo: la mujer en la conquista de México

En España es el día de la hispanidad: un poco curioso ponerlo en el día que Colón pisó América, ¿no? O sea, tiene todo el sentido del mundo para ellos, que Colón pusiera un pie en el Caribe significó más tarde que España sería el mayor imperio del mundo. Colón le abrió la puerta a España para colonizar casi toda latinoamérica, le dio puerta a los ingleses para venir, a Francia para intentar tener colonias (eso no salió demasiado bien), hizo que un buen día se sentaran España y Portugal a firmar el tratado de Tordesillas para decidir qué tierras eran para cada quien (con la idea de que tierras con imperios y civilizaciones ajenas les pertenecían) e hizo que, quinientos años después (poco más) sigamos sufriendo las consecuencias de la colonización. Somos tierras colonizadas, somos el resultado de un choque de culturas, aun cuando choque no es la palabra correcta si estamos hablando de que unos intentaron destruir un sinfin de culturas de raíz, somos el resultado de la evangelización, el resultado del mestizaje, el no saber de donde vienes, pero tener una idea. Podemos hablar horas de colonización. Yo, que hoy no estoy muy original, voy a hablar de La Malinche.


Yo aprendí de la Malinche como la traidora. La que vendió a su pueblo a un hombre llamado Hernán Cortés. La idea de que vendió y traicionó al pueblo mexicano siempre me ha resultado absurda por dos cosas: (1) en el territorio que hoy es México (y Guatemala) no había un único pueblo. Estaban los Aztecas... y muchos eran sus vasallos, pero mantenían su identidad, y estaban los Mayas (los que quedaban) y estaban más pueblos al norte (Apaches) y al oeste. No había un sólo pueblo. La Patria como la conocemos ahora no existía. Y la Malinche no era Azteca, no era Mexica. Y, claro, (2) porque al hablar de la Malinche no hablan de los Tlaxcaltecas, que pelearon al lado de Cortés. Nadie se atreve a subir el dedo y apuntar y decir La Culpa es de los Tlaxcaltecas. Porque no es. Sufrieron las mismas consecuencias que el resto en la colonización, intentaron jugar las cartas que tenían a su favor y salió como salió. Perdieron igual.

Tal vez decir que Malintzin fue una víctima de las circunstancias, un resultado de los hechos, es un poco ingenuo, pero es lo que creo. Si quieren una investigación seria, consíganse un historiador, yo soy una aficionada. Pero bueno, vamos a hablar de Malintzin, Malinalli, Doña Marina, La Malinche. Todo esto salió porque cuando leí Visión de los Vencidos (que es, finalmente, una recopilación de diversas narraciones indígenas de la conquista), la Malinche aparecía dos veces, quizá tres. Y aparecía como mención al margen, poco importante. En donde sí aparece más es en las imágenes, como una figura femenina que siempre está dibujada al lado de Cortés. Me queda ver cómo habla Cortés de ella en las Cartas de Relación, pero así a buen ojo me da la impresión de que, pese a la importancia de tuvo Malintzin en la conquista, su papel no llamaba demasiado la atención como para que apareciera en esas primeras narraciones.

Se dice que La Malinche nació Malintzin, posiblemente, en Olutla, Veracruz. Y que nació en la clase alta de la sociedad. Decía Bernal Díaz del Castillo (que escribió La Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España) que sus padres habían sido señores y caciques de un pueblo llamado Copainalá. Creció en una región que era fronteriza en la población nahuatl (los vasallos del Imperio de México-Tenochtitlan) y al ámbito cultural maya. La nombraron «Malinalli» en honor a la Diosa de la Hierba. Al parecer, cuando su padre murió, su madre se volvió a casar y tuvo un hijo, así que ella quedó como la hijastra incómoda. Sociedad patriarcal, ya saben. Así que acabó siendo vendida a un grupo de traficantes de esclavos provenientes de Xicalango. Después de una guerra de Xicalago con Potonchán, fue cedida a un cacique maya de Tabasco. Por eso hablaba nahuatl y maya, lo que le permitió, más tarde, ser la intérprete de Hernán Cortés.

Cuando los españoles ganaron una batalla contra los tabasqueños, Malintzin fue regalada a Hernán Cortés, como se regalan las flores, los perros y los libros. La regalaron junto con otras 19 mujeres, junto con algunas piezas de oro y un juego de mantas. Los españoles no tardaron nada en bautizarla con el nombre de Marina y Cortés se la cedió a otro. Pero ese otro no tiene importancia en esta historia porque se regresó a España y Cortés acabó quedándose con Malintzin (como si ella fuera posesión) por su valor como intérprete. En toda esta historia, ella no tuvo mucho libre albedrío. La vendieron, la regalaron, la regalaron otra vez y luego le dijeron que fuera intérprete. Le preguntaron sobre las costumbres de los nativos. Y ella respondió (¿qué hacía?). Le preguntaron por cómo eran militarmente los nativos. Y ella respondió (¿pues que hacía?). Cortés tuvo un hijo con ella (¿pues qué hacía? Ella era una mujer en una relación de poder con un hombre). 

Y ahora la cultura popular se deshace en acusar de malinchista a quien traiciona a lo que entiende Patria (hay que amar a la Patria con mayúscula, por el sólo hecho de haber nacido en ella, hay que amar a un conglomerado de tierra y querer defenderlo hasta la muerte, la Patria, que dice amar sus tradiciones, pero desprecia a los pueblos originarios). Porque Malintzin la traicionó primero, según estos iluminados. México no existía en esos entonces y no había como traicionarlo, pero lo traicionó. Su error fue no tener el poder de la premonición. Siempre he creído que el odio a Malintzin viene de que tuvo un hijo con Cortés, total, que es una mujer y tuvo un hijo. Es común andar culpando a las mujeres de las relaciones que mantienen sin pensar que en ese contexto, tener una relación con un hombre, la que fuera, casi casi, era una relación de poder. Y que las mujeres no lo tenían. Pero esa es pura conjetura mía. Nunca he entendido el odio a Malintzin porque no es algo que tenga sentido en mi lógica.


Por eso hoy la reivindico. Hoy, 12 de octubre, día de la raza (México), de los pueblos índigenas, de los pueblos originarios, de la descolonización (Bolivia). Todo menos el día de Colón y de la hispanidad, por favor. Es algo retorcido celebrar la hispanidad el día que Colón piso América sin saberlo, por mucho sentido qué tenga, y lo que significó para los pueblos latinoamericanos. Reivindico a Malintzin porque se lo merece. Después de tantos años de odio, es lo menos que la figura de una mujer indígena se merece. 

lunes, 18 de septiembre de 2017

Las mujeres de la independencia de México

Probablemente conozcan el nombre de Doña Josefa Ortíz de Domíguez, que pasó a la historia como una de las mujeres más importantes de la historia de México. Su casa fue la casa donde inició la conspiración de Querétaro, su casa fue donde Iturbide e Hidalgo y otros tantos más se sentaron a hablar de la independencia por primera vez. Quizá, incluso, si tengas algo más de interés en la historia, conozcas el nombre de Leona Vicario, que mantenía a los insurgentes informador y los financio. Sin embargo, estas dos mujeres no fueron las únicas dos mujeres que participaron en la guerra de Independencia en México, que empezó un 16 de septiembre de 1810 y terminó, finalmente, el 21 de septiembre de 1821. Pero no, no fueron las únicas. Me dediqué a buscar y a escarbar en libros de historia y en internet para traerles está entrada que espero que les guste o de mínimo les interese (aunque sea nada más a mis lectores Mexicanos, luego hago otra sobre algún otro país de América Latina). También, en otro momento, planeo hablar de otros movimientos libertadores en México, porque la independencia fue un movimiento de criollos (descendientes de españoles) para los criollos donde se aprovecharon de mestizos e indígenas y negros. Pero bueno, hoy mujeres, no hay que abarcar de a tanto.


La corregidora: Josefa Ortíz de Domínguez


Se llamaba María Josefa Crescencia Ortiz Téllez-Girón pero es más conocida por el Josefa Ortíz de Domínguez, el nombre de casada y fue la esposa del corregidor de Querétaro. Nació en Valladolid, hoy Morelia, Michoacán, en el año 1768. Fue a un colegio muy encumbrado después de la muerte de su papá, el Colegio de las Vizcaínas (un colegio que todavía existe ccomo Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas y que sólo sobrevivió a la Reforma años después porque no era propiedad de la iglesia). Ahí la conoció un hombre que se llamaba Miguel Domínguez, se enamoraron (dice la historia) y se casaron. Y listo. Él se convirtió en el Corregidor de la ciudad de Santiago de Querétaro.

Doña Josefa era criolla. Esto significaba, en el complicado sistema de castas de la Nueva España, que era descendiente de españoles directamente, pero que no era española. Eran la clase privilegiada de México, pero no la clase más privilegiada. Los gachupines estaban por encima de ellos, o sea, españolitos, efectivamente, nacidos en España. Bueno, así clase privilegiada como eran, no podían acceder al poder y decían sufrir abusos de los españoles (no abusos como los que sufrían todos los indígenas, los mestizos, los negros y los mulatos, pero bueno, se hacen a la idea, eran privilegiados, pero se sentían discriminados, no hay que olvidar que la Independencia fue un movimiento por y para criollos que se ayudó de la fuerza indígena, negra, mulata, mestiza y que por ahí hizo cosas buenas por ellos). Doña Josefa se identificaba con ello, los criollos eran considerados ciudadanos de segunda clase (pero no tercera, ni de cuarta, ni de quinta) porque habían nacido en la colonia. En el descontento, los criollos empezaron a formar círculos literarios donde discutían ideas prohibidas por la iglesia católica y por ahí hablaban de independencia y ella se integró a uno de esos grupos que se reunía en su casa y convenció a su esposo de ir también (error, porque el hombre cometió como mil millones de errores que destaparon la conspiración).


Entonces. El grupo literario/conspiración de Querétaro. Ahí estaba. Tenían planes para levantarse en armas el 1 de octubre de 1810, sin embargo, el 13 de septiembre fueron denunciados por un infiltrado y descubiertos. El Corregidor, su esposo, fue obligado a conducir un cateo en las casas de la ciudad para agarrar a los conspiradores (miembros del grupo literario) y encerró a su mujer bajo llave que para protegerla (y yo sospecho, pero nada más sospecho, que para que no hiciera nada que pudiera agravar la situación). Sin embargo Doña Josefa, dicen que hizo sonar sus zapatos contra el suelo y que la escuchó el alcalde Ignacio Pérez y lo mandó a advertir al cura del pueblo de Dolores en Guanajuato y a los hermanos Aldama que ya los habían descubierto. Y gracias a ella fue que la madrugada del 16 de septiembre Miguel Hidalgo instó al pueblo a levantarse en armas en la misa patronal. 

De todos los conspiradores originales, Doña Josefa y su esposo fueron los únicos que vivieron para ver la independencia vuelta realidad. Ella porque después del cateo fue encarcelada en tres conventos diferentes y no fue liberada hasta más o menos cuatro o cinco años después. A su esposo porque literalmente fue obligado a destapar la conspiración, destituido y un virrey le dio una pensión en agradecimiento por ello y porque nunca participó en la lucha armada. Otras cosas sobre ella que les pueden o no interesar es que tuvo once hijos, rechazó recibir ningún premio o reconocimiento por su participación en la independencia y que fue declarada Benemérita después de su muerte.



Leona Vicario


Por si creyeron que el nombre completo de la corregidora era largo, el de Leona Vicario era María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador. Su padre era un español proveniente de Castilla la vieja y ella nació en Toluca. Tuvo las comodidades de una familia criolla, evidentemente: por ejemplo, tuvo una amplia educación, algo muy raro en una colonia donde sólo el 20% de la población sabía leer y escribir y entre los iletrados había muchas mujeres de alta cuna porque... eran mujeres. Cuando se murieron sus papás quedó a cargo de su tío que le permitió vivir sola (¡escándalo!) y la comprometió con alguien llamado Octaviano Obregón que mucho caso no le hizo (esto son conjeturas mías) y se fue a España como diputado de las cortes de Cádiz.

Luego conoció a un hombre llamado Andrés Quintana Roo, que fue insurgente y tuvo un papel en la independencia. Se enamoraron y, cuando el pidió su mano, el tío de Leona dijo que no, que cómo se les ocurría, si él era pobre (no lo era tanto, pero la familia de Leona era acaudalada a manos llenas), que no estaban en las mismas esferas sociales, que no, que nada de nada (todo eso es conjetura mía, el dato histórico es que el tío dijo que no porque Quintana Roo era pobre según él. Leona, enojada por esto y además ya apoyando al movimiento insurgente, decidió ayudar en lo que pudiera a la causa independentista. Y eso hizo.

Formó, desde 1810, parte de una sociedad secreta llamada Los Guadalupes, cuyos integrantes organizaron una red, a través de correos con Miguel Hidalgo y José María Morelos y les proporcionaban información debido a que pertenecían a la sociedad virreinal. Leona recogía la información sobre las estrategias de los españoles para combatir a los insurgentes y, además, dio cobijo a fugitivos, envió medicinas y víveres al campo de batalla. Se trasladó a Tlalpujahua (un pueblo conocido ahora por hacer esferas para árboles de Navidad) donde convenció a muchos de unirse a la causa Insurgente. La descubrieron en marzo de 1813, cuando interceptaron uno de sus correos, y ella huyo a San Ignacio, Michoacán y de ahí a Huixquilucan, Estado de México.


Pero la agarraron. Su tío logró que la recluyeran en un convento un tiempo, pero finalmente fue procesada. Nunca delató a nadie, no dio ni un nombre e ingresó a la cárcel ese año. Claro que, en mayo de 1813 la ayudaron a escapar tres insurgentes disfrazados y regresó a Tlalpujahua, Michoacán, donde ahora sí, se casó con Andrés Quintana Roo. Después de la muerte de Morelos rechazaron todos los indultos que les ofreció la capital, vivieron huyendo, ella dio a luz a su primera hija en una cueva en Achipixtla. Después de la independencia, algunos de sus bienes fueron restituidos y le fueron concedidos honores. Fue Benemérita de la Patria, Madre de la Patria y fundadora de México y a mí esos títulos como que no, pero bueno. Es considerada la primera periodista en México y en Quintana Roo (el estado) hay un poblado con su nombre.

Fuentes de información y esas cosas: este artículo de aquí y este otro de aquí.

Rafaela López Aguado de Rayón


Esta mujer pasó a la historia por una frase que dijo. «Prefiero un hijo muerto que traicionar a la patria», dijo, cuando el Gobierno le ofreció el perdón a su hijo menor Fransisco a cambio de lograr que los demás depusieran las armas y se rindieran. Y ella decidió que no iba a traicionar sus ideales ni iba a hacer que sus hijos traicionaran sus ideales antes de aceptar el perdón de su hijo. No me imagino lo que tuvo que pasar por su cabeza para tomar esa decisión, pero la tomó. Rafaela López Aguado era descendiente de una familia española que había radicado durante muchos años en Michoacán, en el poblado de Tlalpujahua (el mismo que hoy se dedica a hacer esferas para árboles de Navidad y en el que se estableció Leona Vicario durante varios años). Su marido se dedicaba a la minería (una de las insdustrias estrella de la Nueva España y por la que son conocidos todavía esos pueblos, si no han ido, pueden hacer el tour de El Oro, Estado de México y luego ir a Tlalpujahua). Todos sus hijos se unieron a la lucha insurgente.

Fuente: la vil wikipedia.

Mariana Rodríguez del Toro


Ella es una de mis favoritas, la mujer que conspiró para secuestrar al virrey de la Nueva España. Ella y su esposo simpatizaba con los insurgentes que buscaban independizarse del gobierno español. Sin embargo, me parece que al principio de la guerra ni ella ni su esposo se unieron activamente a la lucha. Sin embargo, en abril de 1911, un hombre llamado Félix María Calleja llegó a la Ciudad de México con una noticia fatídica: los líderes insurgentes (Hidalgo, Allende y los hermanos Aldama y más) habían sido capturados en su camino al norte. Los españoles y el ejército realista festejó creyendo que con eso mataría la llama de la insurgencia y... pues eso no pasó. Más bien, la reavivó en mucha gente, entre ellos, Mariana Rodríguez del Toro.


Se dice que en una tertulia, cuando ya todos estaban desanimados, ella se paró y les dijo «¿Qué sucede, señores?, ¿no hay otros hombres en América aparte de los generales que han caído prisioneros?» Durante esa misma tertulia ella propuso un plan para atacar al virrey de la Nueva España y se acordó seguirlo. Claro que el plan fue descubierto pprque un hombre que estaba en esa tertulia, llamado José María Gallardo que acudió a confesarse a la Iglesia de la Mercer. El cura violó el secreto de confesión y los descubrieron. (Como siempre, los hombres arruinando las ideas de las mujeres). La aprehendieron a ella y a su esposo. Ella no delató a ningún miembro de su grupo y fue liberada hasta 1820, un año antes de la consumación de la independencia.

Fuente: otra vez la pobre wikipedia.

Gertrudis Bocanegra


El nombre completo de Gertrudis Bocanegra es María Gertrudis Teodora Bocanegra Lazo Mendoza, no tan largo para la época, la verdad, más bien era promedio. Fue hija de comerciantes españoles de clase media y ella se casó con un soldado de Michoacán. Gertrudis Bocanegra se adhirió a la guerra de independencia tan pronto estalló esta y sirvió como correo en el territorio que estaba entre Pátzcuaro y Tacámbaro. Fue muy hábil al armar toda una red de comunicación. Su hijo se unió a las tropas de Miguel Hidalgo, pero bueno, la historia no es sobre su hijo, es sobre ella.


En la etapa de la resistencia de la guerrilla insurgente (ahí por el 1817, más o menos, cuando los principales líderes ya habían muerto), fue enviada a Pátzcuaro para ayudar en la toma de la ciudad por parte de los rebeldes y ahí fue aprehendida por el ejército realista. Intentaron torturarla para que delatara a otros, pero ella siempre se negó a dar información a los realistas (el ejército español). Fue enjuiciada y sentenciada a muerte por traición.

Fuente: por acá.

Rita Pérez Jiménez


Se llamaba María Rita de la Trinidad Pérez Jiménez y fue una militante en la guerra de independencia de México. Era hija de dos grandes hacendados que vivían en la zona de Los Altos de Jalisco (¡de ahí es mi mamá, dudes!). Ella se casó con el hacendado y activista (dice la wikipedia) anti español (ya me cae bien) Pedro Moreno, con quien tuvo cinco hijos. Se unió a la lucha independentista junto a su esposo y se encargo de cocinar para los rebeldes, de repartirles la comida y de curar heridos. Fue administradora y un brazo fuerte de la lucha armada.


Lamentablemente, en 1813 su hija María Guadalupe fue hecha pisionera por un jefe realista; su hijo Luis murió en 1817 en combate. Ella embarazada, junto a todos sus hijos menores fueron tomados prisioneros en 1817 en el ataque de los realistas al Fuerte del Sombrero. Sus dos hijos menores murieron en cárceles, ninguno tenía más de cinco años. Recibió la noticia de la muerte de su esposo, que había escapado junto a Javier Mina. Ella fue liberada en 1819, pero le fueron quitadas todas sus propiedades y murió sola. Se la ha honrado como heroína.

La generala: Antonia Nava


Antonia Nava fue una militar que participó en la guerra de independencia junto a su esposo (con quien tuvo ocho hijos, por cierto). Apoyo a José María Morelos hasta su muerte. Se unió a la guerra de independencia y, como nunca se separaba de su esposo, los soldados la nombraron La generala. Dos de sus hijos murieron en la guerra, ella ayudó a levantar la moral de la tropa cuando fue necesario, de hecho, cuando Nicolás Bravo decretó que había que matar a un soldado de cada diez para que les alcanzara la comida (perturbador), ella y las mujeres se ofrecieron (perturbador, pero lo comprendo en el contexto) y, aunque el sacrificio jamás se llevó a cabo, sí que levantó la moral de la tropa.

Antonia Nava estuvo presente en la firma del Plan de Iguala en 1821, la consumación de la Independencia y entró a caballo a la Ciudad de México junto con el ejército Trigarante.

Conclusión


Ellas no son las únicas mujeres, hay una lista mucho más grande que pueden buscar en todas partes, pero la información que hay sobre estas mujeres es mínima. Además no nos desprendemos de un cierto conexto histórico en el que las mujeres prácticamente no participaban en la lucha armada y eran mucho más valoradas por sus sacrificios (por ejemplo, el sacrificio de sus hijos). Por otro lado, la Independencia fue también una manera de que muchos criollos (que no aspiraban al poder en la Nueva España) obtuvieran poder sin buscar liberar a quienes estaban abajo. Poco se habla, por ejemplo, de que Vicente Guerrero probablemente tenía ascendencia negra (pero no está comprobado porque la historia se refiere a él como índigena, como mulato, como mestizo y nada se sabe en realidad). Las mujeres más visibles en la independencia (de las pocas visibles) son criollas y son las esposas de alguien (quizá más importante que ellas), son las madres de alguien (muchas veces soldados muertos en batalla o fusilados y se las honra por sus sacrificios). Es el contexto de la independencia. Miguel Hidalgo abolió la esclavitud en la Nueva España, pero ese detalle se volvió un pie de página en la historia, cuando debió de haber sido mil veces más importante. Muchas de estás mujeres también pasaron, la mayoría, como un pie de página. En fin, estas fueron algunas mujeres de la independencia, los veo después, cuando les hable de las revueltas de esclavos que hubo antes (y de las que nadie habla, pero la historia es muy banca).

miércoles, 2 de agosto de 2017

Cartucho, Nellie Campobello | #Librosb4Tipos

Sinopsis: Marginado por villista, por ser de una mujer, por salirse del canon, Cartucho, Relatos de la lucha en el Norte de México es uno de los grandes textos de la literatura mexicana. Como señala Jorge Aguilar Mora en su prólogo a este libro, Catucho está en todos los vértices críticos de nuestro discurso histórico-literario: es quizás el libro más extraordinario, donde se funden la singularidad autobiográfica, el anonimato popular, la relación histórica, la transparencia literaria, la crónica familiar. Como ningún otro escritor de la revolución, Campobello se aproximó al acontecimiento pasajero, instantáneo, aparentemente in-significante, pero profundamente revelador. Ella no describió las batallas, ni las posiciones políticas; no rescato los testimonios extensos de los guerreros. Ella fue a su memoria para perpetuar los instantes más olvidables para otros y más intensos para quienes los vivieron. Ella escribió de lo sucedido en una tarde tranquila, borrada en la historia de la Revolución; escribió de los momentos literalmente originales de la historia y de personajes únicos como Pablo López, como Catarino Acosta, como José Díaz, como Pancho Villa, un hombre que nació en 1910, ya que antes nunca existió. Nellie Campobello escribió la crónica de lo que casi nadie quería, ni ha querido escribir: del periodo entre 1916 y 1920 en el estado de Chihuahua, que los historiadores coinciden en llamar la etapa más cruel que vivió Chihuahua durante la revolución y uno de los periodos más oscuros de toda su historia. El hallazgo iluminador de Campobello fue hundir la historia la microhistoria en las minucias, en los rincones, en la anonimia, en los sobreentendidos, en los recintos más diminutos de la voluntad de los hacedores de esa historia. No hay detalle aquí que no tenga un sentido totalizador, no hay instante que no sea la grieta finísima por donde entra la eternidad. Este volumen contiene también, una cronología de la vida de la autora, que recoge los últimos datos disponibles, y una bibliografía actualizada.

Bueno, quizá no se enteraron, o quizá sí, pero en mi bellísimo club de lectura llamado Libros b4 Tipos leímos Cartucho de la escritora Nellie Campobello, que edita Ediciones Era (y que nos hizo el favor de darnos los ejemplares) y que es una de las únicas narraciones de la revolución publicada por una mujer. Aprovecho este segmento publicitario para decirles que nos pueden dar like en Facebook, nos puedes seguir en Twitter o se pueden unir a nuestro grupo en Goodreads. Sólo somos un bonito colectivo de mujeres bien chidas que usan el internet para difundir para difundir libros sobre feminismo o escritos por mujeres.


Acabando el segmento publicitario, ahora sí, vamos a hablar de Cartucho. Para ponerlos en contexto, creo que les voy a hacer una mini introducción de la Revolución Mexicana: en 1910, Porfirio Díaz, un dictador, llevaba treinta años en el poder y no tenía ganas de soltarlo. Muchos dicen que no fue tan mal presidente, puesto que el país floreció económicamente durante esos treinta años... sí, claro, invitó a los europeos a invertir en México y claro que la economía floreció... a costa de las vidas de miles de campesinos que se empobrecieron más y más. En 1910, por primera vez, alguien se le puso al tú por tú (no fue así, pero esto es un resumen mal hecho) y empezó la Revolución en 20 de Noviembre. Ese alguien fue Fransisco I. Madero. Cuando se habla de revolución se piensa en guerra civil, pero más que guerra civil, la Revolución fueron guerrillas de Caudillos. A Madero lo mataron en 1913, durante la decena trágica. Zapata estaba en el sur. Carranza en el centro. Y en el Norte, Pancho Villa. Carranza y Villa no se llevaban muy bien. Los años más oscuros de toda esta época para Chihuahua (en el norte del país) son los que narra Nellie Campobello en este libro.

Ya que los puse en contexto (bastante mal, prometo otro día hablarles más bonito de historia), vamos con el libro. Voy a intentar tocar varios puntos que abordamos en la hangout que hicimos en Libros b4 Tipos porque creo que hablamos un montón de Nellie y de cómo esta escrito el libro.


Los relatos son cortos, pasan rápido, te atraviesan, son como balas. Son relatos de la Revolución, y de una de sus épocas más oscuras, por lo que no están exentos de violencia. Más bien, acabas por sorprenderte por la manera sencilla y sincera en la que Nellie Campobello narra tanta sangre, tantos muertos, tanta violencia y a la vez te enternece, porque parece que lo estás viendo desde sus ojos de niña, los mismos ojos que vieron esa revolución y la vivieron.

Los relatos parecen tener el punto de vista de todas esas personas que perdieron. No perdieron en el sentido de que su bando perdiera, sino que perdieron simplemente porque perdieron la vida, porque los humillaron, porque perdieron parte de su humanidad... y quizá también porque perdió su bando. Hay relatos que parece que ya desde que empiezan tienen un tono fatalista... y no es para menos, no cuando se trata de uno de los episodios más complicados de la historia de México y uno de los que, casualmente, se toca más superficialmente. La Revolución no es como la independencia o la conquista, por ejemplo. México tiene un trauma con su conquista históricamente, y, como dice Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe, los trescientos años que fuimos parte del Imperio español son algo que nos saltamos, 300 años fantasmas. La independencia hace que vuelva a correr el reloj de nuestra historia, es el nacimiento de una nueva identidad mexicana o al menos de su búsqueda, pero ¿y la Revolución? Suena bonito cuando te cuentan que la revolución nos liberó de un dictador que oprimió a toda la clase obrera mexicana, pero ¿y después de eso? A Madero, que sucedió a Díaz, también lo mataron. Todo se hizo un caos, se hizo una guerra de caudillos en la que cada quien luchó por lo suyo, cada quien por su lado. Caudillos que se traicionaron. Los que ganaron fueron los que escribieron la historia y los que desprestigiaron a Villa, que es el tema de este libro, y a Zapata.


Hoy Villa, aunque me cae bastante mal, es una figura de culto. Pero en los años que Nellie Campobello escribió este libro, era una figura desprestigiada por la institucionalización de la revolución (que nos sigue persiguiendo hasta nuestros días) y este libro se escribió por esa razón. Nellie le dio voz a los que perdieron, se puso a contar una historia desde los ojos de los vencidos y nos da una nueva perspectiva. Si no les parece suficiente hazaña la de Nellie, imaginen, que sin ella no habría Rulfo, y por ende no habría Pedro Páramo, y sin Rulfo nunca habría habido un Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad, porque hasta allá llega la influencia de Nellie Campobello. Bien lejos, bien alto.

Es triste que no sea recordaba, porque, además, fue una mujer muy interesante. Nellie fue bailarina y coreógrafa, directora de la Escuela de Danza de México. Su hermana, Gloria, llegó a ser prima ballerina. Su vida fue harto interesante y hasta parece que ella misma alimentó su mito. De todo eso hablamos en el Hangout, así que si les interesa saber, se los voy a dejar aquí abajo. Además hablamos mucho del libro, de las mujeres en la revolución, de nuestros relatos preferidos y somos bien chidas.