Ayer
acabó la serie El Octavo Mandamiento, producida por Argos, en México y debo
decir que hacía mucho tiempo no confiaba tanto —ni me gustaba tanto— una
producción mexicana. El Octavo Mandamiento no fue nunca una telenovela de
consumo, de esas que pasan en Teidiotiza —Televisa— y su hermanita, TVAzteca
(las dos cadenas igual de choteadas con sus ideas, incapaces de producir cosas
de calidad y originales).
Tal vez por eso me gustó.
Por otro lado, la serie hace referencia a la situación política actual de mi país, y es realmente desgarrador ver como a este país se lo está llevando la chingada (y perdón las malas palabras).
El final fue escalofriante y el mensaje, muy claro: la corrupción va a seguir.
Yo a lo que vengo es a compartirles el poema que pasaron antes de los créditos finales de la serie (que me plantee poner en Hablemos de Poesía, pero sinceramente, no me apetecía. Me apetecía hablar del final de la serie y de que a mi país, a México se lo están comiendo los políticos con su maldita guerra al narcotráfico, que de guerra nada más tiene el nombre; no están combatiendo al narcotráfico para nada… pero eso sí, tenemos a un montón de muertos calificados como daños colaterales).
Pues bien, acá el poema.
Me queda la palabra
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero.
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