Sinopsis: Perras de reserva, de Dahlia de la Cerda. Colección de cuentos se centran en las experiencias de las mujeres en un país como México. Con un lenguaje juguetón y humor negro, la escritora nos va acercando a las diferentes realidades que coexisten en nuestras poblaciones.
«Me encomendé al Diablo porque Dios en esto no hace el paro», nos dice una de las narradoras de los trece cuentos que conforman Perras de reserva, el genial primer libro de Dahlia de la Cerda, ganador del Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2019, que aparece ahora publicado en una nueva versión revisada y ampliada. Y es que sabe bien que «Escapar de esto no depende de echarle ganas, de querer salir adelante», antes de adentrarse sin retorno en una vida criminal. Un poco como sucede con Yuliana, la macabramente entrañable heredera al trono de un capo del narcotráfico. O con su mejor amiga Regina y su deseo de tener «un novio buchón con ropa de marca que no fuera a Zara y que en lugar de tener gatos Sphynx tuviera leones de mascota». O con «la mejor bruja de la región», que ofrece sus servicios a través de su página de Facebook, y pacta con el diablo para que le ayude con la vecina cuyos perros se saltan al patio de la bruja para hacer sus necesidades.
Y es que las protagonistas de Perras de reserva comparten las dificultades y peligros implicados en el mero hecho de nacer mujeres, y los enfrentan con los recursos que la vida les ofrece, obligadas a formular sus propias categorías para situar la frontera entre el bien y el mal. Y nos cuentan sus vidas siempre en primera persona, haciéndonos parte íntima de su forma de habitar el mundo, con un lenguaje sumamente oral y coloquial, casi siempre cargado de una fuerte dosis de humor negro. Como si solo mediante el relato de sus aventuras y desventuras encontraran estas memorables protagonistas la redención consistente en existir atemporalmente, a través de la potente y sumamente original literatura de Dahlia de la Cerda.
Voy a hablar del libro y de nada más que del libro. Si tienen la tentación de venir a contarme cosas sobre su autora en los comentarios probablemente ya las sé o no las sé, y no me interesan. Toda crítica o halago a Perras de reserva acaba viciándose horrible y yo no tengo interés en que otrxs vuelvan un campo de batalla mis comentarios o mis opiniones. También, si tienen tentación de poner terfadas, don't. Único aviso.
Perras de reserva es un libro con trece cuentos, muchos de ellos (la mayoría) relacionados entre sí cuyas protagonistas son mujeres de diferentes estratos sociales y contextos en México. Parte de esto se contextualiza con la manera en la que narran, las palabras que eligen, el modo en el que está escrito el libro. Me llamó la atención, sobre todo, el peso que le dan al uso del lenguaje coloquial que le dan cuando hablan de él. Me parece, por ejemplo, absurda la batalla a la se somete el lenguaje coloquial contra el literario, como si el lenguaje coloquial no pudiera ser también literario o como si el lenguaje literario fuera inaccesible. Ambas son mentiras y me cagan. Como si no nos hubiera demostrado ya un montón de gente en muchos idiomas que el lenguaje coloquial es también literario (podría ponerme a nombrar ejemplos, pero no me alcanzaría el tiempo para desmenuzar lo absurdo de ponerlos a pelear) y como si no nos hubiera dicho Marx que pensar que la gente que trabaja doce horas es incapaz de entender otro tipo de lenguaje no es muy pendejo (no lo dijo así, pero estoy parafraseando y Marx es mi amigo personal, fui a las fiestas de cumpleaños de todos sus hijos).
Escribo todo eso porque quiero hacer un preludio a todo este libro: sí tengo un problema con su lenguaje, pero no tiene nada que ver que este sea coloquial. Eso es secundario. Un libro con los mismos vicios de la prosa que este pero que en vez de usar regionalismos de distintas partes de México usara un lenguaje florido y más adornado me seguiría pareciendo malo en su uso del lenguaje. Lo dice Ursula K LeGuin en From Elfland to Poughkeepsie: el lenguaje importa porque es la materia prima de la literatura. Es el lenguaje el que nos hace sentir que estamos en un lugar muy lejano o desconocido o, al contrario, si lo que quiere evocar es al país en el que vivimos, esquinas que nos hemos topado toda la vida, discursos políticos que hemos escuchado hasta la saciedad. Liliaba Bodoc también lo dice: La Palabra es importante, el cómo nos referimos a las cosas, cómo las elegimos, cómo las comunicamos. No me queda duda de que casi todas las palabras que componen Perras de Reserva fueron elegidas por una razón: estamos ante mujeres que quieren contar su propia historia ellas mismas.
El problema es que, tras varios cuentos, se notan las costuras. El lenguaje coloquial es un escenario, un adorno. La voz en el fondo nunca cambia.
En algunas reseñas vi que de repente, tras varios cuentos, la primera persona ya no era novedosa o ya era cansada. No comparto totalmente la opinión, pero la entiendo, sobre todo cuando me puse a analizar más de cerca lo que estaba pasando, por qué esa aparente perdida de novedad (me dio curiosidad, sí, que hubiera quien dijera que la primera persona era novedosa: ¿de dónde o qué algún narrador en el año de 2024 nuestro señor es novedoso o fresco, si ya lo hemos intentado casi todo en la literatura desde que existe la palabra escrita?). Las descripciones físicas y de la ropa que usan las protagonistas siguen estructuras de oraciones muy parecidas, aunque todas decoradas con un registro distinto del habla. Y así hay varios ejemplos. El registro a veces es no más espolvorear por ahí un par de regionalismos (en algunos casos mal usados, como plebe, en vez de plebes) y esperar que eso y sólo eso sea suficiente para que el lector diga: ah, sí, se trata de esto.
Es difícil replicar registros del habla en la palabra escrita, sí, siempre existe ese riesgo de que sean solo la manera en la que escribes tú (tu registro) con un par de expresiones que conoces y sabes usar, que sean una replica del discurso de alguien más encima de tu literatura y muchas veces cosas así cumplen el truco (al final los escritores no más somos un montón de mentirosos muy hábiles a los que les gusta mucho el lenguaje y experimentamos con él todo el tiempo y sabemos mentir muy bien, porque nuestras mentiras son la realidad de nuestra ficción), pero cuando la cosa cambia y cambia y cambia a lo largo de trece cuentos, parece sólo un decorado barato sobre otra cosa (se nota, por ejemplo, en el último: parece el cuento más honesto y es también de los más personales, por lo que no tiene las costuras tan obvias como los demás).
Es una elección, por ejemplo, el peso que tiene el dinero contra el peso que tiene el feminicidio (y no porque yo crea que tenga que serlo, cada autora pone su libro en el mundo como el libro debe de ser y yo no vengo a escribir reseñas para decirles deberían haberlo escrito diferente). El peso que tiene la ropa. La misma oración una y otra vez nombrando marcas diferentes y estilos diferentes cada vez; es la misma, una y otra y otra y otra y otra vez (la estructura no cambia). Sospecho que el hecho de que haya párrafos enteros del estilo buchón y del estilo de las niñas esposas de políticos y de las mujeres del narco y de todas las mujeres de Perras de Reserva y una de ellas muera tres o cuatro veces en el libro y varias veces se la despache con una frase sin impacto es una elección deliberada que más o menos entiendo. Para cuando me cuenta su historia quiero que me importe y no lo logra porque no parece importarle ni a su mejor amiga, por más que nos quiere convencer que sí (y por más que, de hecho, se venga del asesino). Parece exactamente lo contrario al show, don't tell. Nos dijo, pero nunca nos contó.
Lo que no entiendo es que los registros del lenguaje sean no más un disfraz, una escenografía, porque las frases no cambian en su estructura, no más en el adorno que le ponen. Quizá hay algo que no estoy entendiendo, finalmente, porque unas de las cosas que más se le han reconocido a Perras de Reserva es su uso del lenguaje coloquial. No es sorprendente, ni es novedoso, ni es descubrir ningún hilo negro (y si para algún lector lo fue, sólo puedo decir: este es un estilo que lleva años cultivándose en México y en todo el mundo, es parte del camino lector), ni tiene sentido poner a pelear a quienes prefieren un lenguaje diferente, que quizá no es el que se habla en la calle (malamente llamado literario) a uno coloquial (que también puede ser literario). Sólo me saca de onda que bajo todos los registros que se pretenden retratar en este libro (y que pudo ser uno de sus más grandes virtudes) no hay nada diferente. Escribir las mismas frases una y otra vez cambiándole los modismos y las formas no me demuestra nada, acabas usando al lenguaje (la materia prima de la literatura) como un mero disfraz.
Justo el discutir los asuntos del lenguaje, me llevan a mi segundo punto: debido a su poca variación, la primera persona se hace muy cansada. No es culpa del tipo de narrador. La primera persona es muy versátil en este tipo de historias (personajes que se confiesan ante el lector, que quieren demostrar su agencia, historias donde personajas como estas tienen que ser el centro) y en este libro es una elección deliberada (en Entre los zulos se habla de la elección referenciando a bell hooks y a tener voz una misma, una idea que no necesariamente comparto como escritora, pero que entiendo de donde viene y me parece una muy buena arma al escribir). El problema es que cansa porque los focos nunca cambian. Los mejores cuentos son aquellos que se salen de la narrativa de la obsesión con el dinero y el poder que tienen muchas de estas mujeres, no porque esas sean malas historias qué contar, sino porque no varían en sus costuras. La historia se repite una y otra vez con escenarios y acciones cambiadas, pero para gran parte de estas mujeres la única obsesión es el poder o el dinero y todas te lo cuentan más o menos igual en el fondo.
Eso cansa. Ante todo, eso cansa. Yo puedo creer que a este libro le faltan comas y le sobran puntos y seguido, pero no es sólo eso lo que agota al leerlo. Es la repetición. En el caso del feminicidio narrado (contado en una frase o en dos cada vez) se nota como pierde fuelle y cómo, antes de llegar a él, antes de que la víctima pueda hacer lo que quiera con esa narración, ya perdió todo su fuelle. Si acaso, el cuento con el que cierra el libro es uno que podría tener mucha más fuerza (porque es más visceral, porque parece más cuidado), sino pecara de tener pedazos que en vez de narración son exposición de problemas sociales (y no creo que no tengan que estar, sólo creo que hay que pensar en el uso de las palabras y por qué las ponemos y en cómo ponerlas, cosa que es, a mi parecer, lo que le falla terriblemente a este libro).
Si me preguntan si lo recomiendo o no: claramente no. Pero yo soy una única persona y lectores hay muchos. Hay de todo en la viña del señor y que un libro no resuene con nosotros (o nos parezca terrible) no es una condena, sino sólo un testimonio de nuestros caminos lectores. Pero no, no lo recomiendo. Creo que como retrato de la literatura mexicana actual es un retrato pésimo, pero yo pienso casi siempre eso sobre muchos libros actuales que hablan de los temas que trata este libro (no es la excepción: es la regla). No resueno con estas formas de acercarse al realismo ni a la violencia, pues. Si lo leen, ahí me cuentan que opinan.