Sinopsis: ¿Cómo contar una historia hecha añicos? Convirtiéndote poco a poco en toda la gente. No. Convirtiéndote poco a poco en todo. El ministerio de la felicidad suprema es la deslumbrante nueva novela de la mundialmente famosa autora de El dios de las pequeñas cosas. Nos embarca en un viaje íntimo de muchos años por el subcontinente indio, de los barrios masificados de la Vieja Delhi y las carreteras de la ciudad nueva a los montes y valles de Cachemira y más allá, donde la guerra es la paz y la paz es la guerra. Es una dolorosa historia de amor y una contundente protesta, una historia contada entre susurros, a gritos, con lágrimas carentes de sentimentalismo y a veces con una risa amarga. Cada uno de sus personajes está imborrable, tiernamente retratado. Sus protagonistas son gente rota por el mundo en el que vive y luego rescatada, recompuesta por actos de amor, y por la esperanza. La historia empieza con Anyum –que antes se llamaba Aftab– desenrollando una raída alfombra persa en un cementerio al que llama hogar. Nos encontramos con la extraña e inolvidable Tilo y los hombres que la amaron, incluido Musa, novio y exnovio, amante y examante: sus destinos están tan entrelazados lo estaban y estarán para siempre sus brazos. Conocemos al casero de Tilo, un antiguo pretendiente, en la actualidad oficial de inteligencia destinado en Kabul. Y conocemos a las dos Miss Yebin: la primera es una niña que nace en Srinagar y es enterrada en el atestado Cementerio de los Mártires; a la segunda la encuentran a medianoche, abandonada en la acera en el corazón de Nueva Delhi. A medida que esta novela cautivadora y profundamente humana trenza estas vidas complejas, reinventa lo que una novela puede hacer y ser. El ministerio de la felicidad suprema demuestra en cada página las milagrosas dotes de Arundhati Roy como contadora de historias.
No sé como voy a empezar a hablar de este libro porque este libro es enorme y esconde un montón de cosas interesantes entre sus páginas. Vamos, no sé ni como empezar a hablar en esta reseña porque no sé que quiero contar primero. Creo que voy a empezar por el principio: cómo llegó este libro a mis manos. Antes de El ministerio de la felicidad suprema yo no había leído realmente ninguna novela de una autora india. Nunca. Había leído algún texto marxista de Anuradha Ghandy y El Ramayana y una novelita mala llamada One Indian Girl, pero nunca la novela de una mujer. ¿Qué ficción escribían las mujeres de la India? Entonces me encontré dos libros de Arundhati Roy en bookmate (esa bellísima e increíbe app que siempre les recomiendo probar) y decidí empezar por este porque lo había leído menos gente.
Es difícil describir El ministerio de la felicidad suprema como es difícil describir la India. Es difícil porque es un libro de más de 500 páginas que tiene entre sus páginas los grandes conflictos de la India desde la partición. Bueno, algunos, nada más. Entre sus páginas se encuentra un pedazo de toda la sangre derramada en Cachemira (Kashmir), ese territorio que tiene en conflicto con Paquistán, la sangre derramada en La Partición, en las frontera India-Pakistán, las revueltas de Guyarat, los linchamientos a los sijs después del asesinato a Indira Gandhi (cuyas órdenes hicieron que el ejército Indio abriera fuego contra los sijs en el Templo Dorado durante una de las fiestas más sagradas de la comunidad sij: la Operación Estrella Azul). Sin embargo, Arundhati pinta una India que es más que sus derramamientos de sangre. Así, pues, vamos a empezar por intentar describir el libro.
La India es tan grande que es imposible contenerla en un sólo libro. Aunque este libro recorre a veces desde el sur al norte, desde Kerala a Cachemira, de este a oeste, desde Guyarat hasta Andhra Pradesh. Con la parada obligatorio en Delhi, por supuesto. Mientras que en el sur de la India florecieron los grandes imperios hindus y el budismo floreció al oeste (especialmente en una época en la que el emperador Asoka decidió unificar todo su imperio bajo la bandera del budismo) y en los himalayas (todo alrededor de Himachal Pradesh) y los sijs estaban en Punyab, Delhi fue la capital de uno de los grandes califatos musulmanes del mundo. Sin embargo, al ver Delhi hoy en día, esa herencia no parece haberse quedado para la historia, no del todo. Rajasthan parece aún más musulman y fue un territorio altamente disputado entre imperios hindús y musulmanes (lo que explica la cantidad de fuertes que hay en esa ciudad, en serio, está llena).
Chawri Bazar, en Old Delhi, una de las zonas musulmanas |
En Delhi, en cambio, apenas quedan algunos recuerdos de la época del califato, sus artes se han ido borrando, su poesía sustituyendo, sus bailes, todo. De repente, a veces, ya no queda más que el recuerdo de las guerras y las conquistas, además, de, claro, algunas reliquias para los turistas como, por ejemplo, el imponente Fuerte Rojo, que uno puede ver caminando recto a la salida del metro Chawri Bazar, la Jama Masjid, cerca del metro Chandni Chowk, que según creo es la mezquita más grande de la India y donde diariamente se interrumpe la entrada a los turistas para los rezos (y que tiene reglas estrictas para turistas: nada de piel descubierta o mangas cortas, a las mujeres les dan abayas coloridas, con estampados floridos, y a los hombres con bermudas telas para que se las amarren a mofo de falda; el cabello de las turistas no les importa mucho si sólo vas a recorrer los patios, pero en el interior hay que cubrírselo), que está a sólo unos minutos del Chawri Bazar, más allá, casi en la frontera de Delhi con Uttar Pradesh, casi a la altura del rio Yamuna, está la tumba de tumba de Humayun, que muchos dicen, es la inspiración para el Taj Mahal. Y al sur, casi acercándote a Hauz Khas, está el Qutab Minar, que es, también, una tumba.
Chandni Chowk |
En fin, ya les dejo de sorprender con mis conocimientos turísticos (si van a Delhi y me llevan les hago un recorrido por todo lo que dije, más templos sijs y templos hindus y bazares hermosos y restaurantes afganos increíbles) y procedo a hablarles un poco del libro. Una de las protagonistas nace, precisamente, en lo que es conocido como el Guetto Musulman de la parte vieja de Delhi: un área que rodea al Fuerte Rojo y a la Jama Masjid, entre el Chawri Bazar y el resto de la ciudad. Todo el resplandor de un califato quedó allí. En un barrio que, fuera de los puntos turísticos, les recomiendan a los turistas no pisar. En el Chawri Bazar a los turistas los estafan vendiendo especias carísimas (en serio, les van a parecer baratas si no saben cuando cuestan en el super, pero, en serio, son carísimas) y los van a invitar a pasar a todas las tiendas de textiles habidas y por haber (aunque la especialidad ahí parecen ser los vestidos de novia y todo lo necesario para las bodas) y todos los guías turísticos intentarán hacer que vayas al Fuerte Rojo. Bueno, ahí, justo ahí, ese es uno de los barrios musulmanes.
Anyum nace ahí (aunque entonces no se llamaba Anyum), en esos barrios. (Si se meten no pasa nada, lo más que ocurre es que van a ver más hijabs y más abayas y más niqabs que de costumbre y que si llevan el pelo descubierto y no se ven como jóvenes indias las van a ver con curiosidad, fin). Anyum nace en una familia que estaba esperando a un hijo desde hacía muchos años y cuando la partera anuncia que es un chico, todos respiran aliviados. Hasta la mañana siguiente, cuando la madre de Anyum descubre la verdad: su hijo/a es una hijra. Voy a hacer una pausa porque estoy segura de que no saben muy bien que significa esa palabra. Se usa este término para definir al tercer género de la India. Hoy en día es un término bastante paraguas que acoje varias identidades, aunque su uso se inició precisamente para describir a las personas intersexuales (que nacen con genitales masculinos y femeninos). Mientras que en gran parte del resto del mundo las personas intersexuales eran obligadas a definirse hombres o mujeres en un sistema binario que conocemos como El Género, en la India simplemente les decían hijras y se les consideraba el tercer sexo (ahora género). Hoy en día el término acoje a más identidades, no sólo de personas intersex, sino también de travas o mujeres trans.
Dejando del lado de la clase, Anyum es una hijra. Se vuelve famosa y decepciona a los periodistas cuando les dice que en su casa siempre la quisieron y la trataron con cariño y nunca sufrió maltrato, sino que más bien fue ella la que huyó de casa y los traicionó. Sueña con ser madre más que nada en el mundo, le encantan los vestidos bonitos y se viste con sarees increíblemente vistosos. Los primeros capítulos están dedicados a su vida. Me encantó leer de ella. Sobre todo porque el barrio donde nace y vive es mi barrio favorito en todo Delhi y yo me enamoro de todo lo que huela y sepa y se sienta como India, porque la nostalgia es poderosa.
Conforme avanzan los capítulos, los personajes van siendo presentados con sus historias, una a una, una a una. Cuatro amigos de la Universidad, Musa, Tilo y Naga y otro que acabó siendo burócrata del gobierno, nos van mostrando sus historias entrelazadas, poco a poco. Todas sus historias se entrelazan siempre en el mismo punto, en Cachemira, el mayor conflicto de la India. Cachemira tiene demasiada sangre y demasiada pérdida para meterla en un libro. Cachemira tiene miles de madres que lloran a sus hijos muertos y desaparecidos y cientos de mártires enterrados entre sus cementerios. La historia de Cachemira es una complicada. Les voy a hacer un mini resumen (mini). Resulta que todos los territorios controlados por Inglaterra por ahí se independizaron. Los muslmanes reclamaron un territorio para ellos y así fue como ocurrió La Partición. India y Pakistan (y Pakistán oriental que después se convirtió en Bangladesh tras otro conflicto armado del que no vamos a hablar aquí). Hubo migraciones enormes de hindus rumbo a la India y de musulmanes rumbo a Pakistán y hubo matanzas y sangre y mucha violencia.
Entonces llegó la Partición. En la nueva frontera entre India y Pakistán a Dios se le reventó la carótida y un millón de personas murieron a causa del odio.
Algunos estados permanecieron independientes. La mayoría cayó en las manos de India muy rápidamente y ya sólo quedaba el estado más al norte: Jemmu y Cachemira. Pakistán lo vio con ganas de anexárselo y atacó: al fin, era un estado donde la mayoría de la población era musulmana, especialmente en Cachemira, donde prácticamente no hay hindus. El gobernador por aquel encontes era hindu, sin embargo, no le hacía gracia anexarse a un estado musulman y hubiera preferido ser indpendiente (creo), pero le pidió ayuda a India y se anexó a India. Lo ayudaron militarmente. Sin embargo, el conflicto que se creo sigue hasta el día de hoy. Las aguas se calman algunos años, pero hay guerrilleros ahí y allá que quieren que Cachemira sea libre, otros que quieren anexarse a Pakistán, otros que buscan vida tranquila... En fin. Cachemira es lugar de conflicto y es, precisamente, uno de los grandes protagonistas de la historia.
Mujeres en Cachemira, zona ocupada |
Musa es originario de Cachemira, por alguna razón, todas sus historias empiezan y terminan allí. Tilo conoce Cachemira de cabo a rabo, a pesar de ser originaria de Kerala (de una familia siria cristiana), le conoce las partes buenas y las partes malas. Naga es un periodista que no le cae bien al gobierno, es demasiad crítico, demasiado sincero. Entre los tres forman un triángulo de historias que no pueden vivir la una sin la otra y se van entrelazando, alrededor de los capítulos, poco a poco. El ministerio de la felicidad suprema teje una historia que, por momentos, parece quedársele grande. En un libro que agarra todo lo que puede de la India y lo va juntando, pedazo a pedazo, lo más armoniosamente que puede, página a página, para escribir este libro, lleno de pedacitos que cuentan una historia increíble. El ministerio de la felicidad suprema es, ante todo, un libro que cuestiona a la India y la enseña tal y como es, lejos de la imagen romántica que obtienen los turistas. Nos enseña sus múltiples conflictos religiosos y todo un entramado de tradiciones. La India no es ese lugar donde los Beatles fueron a meditar a Rishikesh, ni el lugar a donde peregrina la gente a ver al Dalai Lama, ni ese lugar a donde van miles de turistas a fumar marihuana a Manali y a Kasol. Esos son pedacitos de la India, pero la India es tan grande y tan inmensa, que es imposible describirla.
Las orillas del Ganges, porque es uno de los ríos que hay que visitar |
La India tiene una complicada relación con sus mujeres, una gran deuda por todas las libertades que les han sido negadas. India tiene conflictos religiosos, prejuicios religiosos. India tiene vacas que caminan por la calle y una ley que prohibe matarlas. India tiene tantas cosas, que me enamoré de este libro por ser tan honesto sobre un país que amo y en el que me encantó vivir. Si yo escribiera sobre la India, no sabría donde meter tantas cosas que vi y no vi ni la mitad de las cosas de las que habla Arundhati Roy. Algo que me gusta del libro es que remarca a las mujeres en él, su historia, sus sentimientos. Hace énfasis en las madres de los chicos de Cachemira, a las que les mataron a sus hijos, en las hijras paradas en los semáforos, que la gente evita. Hace énfasis siempre en ellas.
No había nada en la ciudad que perteneciera a las mujeres. Ni una mínima parcela de tierra, ni una chabola a las afueras, ni un pedazo de chapa bajo el que cobijarse. Ni siquiera el sistema de alcantarillado
Surgieron enjambres de mujeres arremolinándose en comisarías y campamentos del ejército llevando en sus manos un mar de fotografías tamaño carné, sobadas y blandas de tantas lágrimas: Por favor, señor, ¿ha visto a mi hijo en alguna parte? ¿Ha visto a mi marido? ¿Por casualidad, no ha tenido usted aquí a mi hermano?
Y ya me detengo, que esta reseña es muy larga y creo que todavía no le hace justicia a un libro que habla de las pesadillas en Cachemira, y las hijras de Delhi y las revueltas de Guyarat. Un libro cuya prosa es hermosa y que no puedo hacer más que recomendarles y recordarles que pueden encontrar en bookmate sin ningún problema en español.
Jantar Mantar de Delhi, otro de los lugares mencionados en el libro |
No había ningún guía turístico a mano que le dijese que en Cachemira las pesadillas eran promiscuas. Que les eran infieles a sus dueños, que se colaban dando volteretas, sin rubor, en los sueños de los demás, que no respetaban límite alguno y que eran las mayores expertas en emboscadas. No había fortificación ni edificio vallado que pudiera mantenerlas a raya. Lo único que uno podía hacer con las pesadillas en Cachemira era abrazarlas como a viejos amigos y tratarlas como a viejos enemigos
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